Venezuela, primordialmente, vende petróleo, un recurso fácil que mana del suelo. Dicha facilidad históricamente ha inoculado en el pueblo una actitud consumista, de valoración capitalista, que ha derivado en un atrofiamiento del aparato productivo nacional y de la creatividad liberadora. Con dinero parido por el suelo, y no por el ingenio humano, se compra lo necesario en vez de idear mecanismos propios de autoabastecimiento. Ello genera dependencia, naciones esclavas, países vendedores de materias primas que compran con su plata hasta los barriles donde expenden su hidrocarburo.
Al día de hoy, con un petróleo abaratado por los países compradores, Venezuela es un cascarón lleno de sueños que pudieron realizarse. Una bolsa llena de petróleo cuya venta centenaria no se sembró, no se inyectó en suelo patrio en la generación de una cultura e infraestructura de riqueza propia, procuradora de soberanía; un país confrontado con su propio destino, necesitado de hacer e inventar casi todo ahora que la renta de su rubro principal es un negocio quebrado.
El efecto general de la situación es devastador si a ello se le suma el bloqueo económico exterior, propulsado por los mismos países compradores, empeñados en el saqueo patrimonial de los países vendedores. En el país no se produce sino que quedó el hábito de comprar todo con un dinero que ya no fluye, habiendo colas para adquirir todo lo que brille por ahí importado.
El reto, pues, es producir, vivir fronteras adentro generando la riqueza que se necesite, mirando el barco de la dependencia esclavista pasar allende los mares.
Hay líneas motoras. Hay una actitud del gobierno bolivariano en pasar la página petrolera e incentivar la producción nacional. Hay el mandamiento de 15 motores productivos contra la crisis y la guerra económica; y hay, preponderantemente, un Plan de la Patria que enrumba al país hacia la independencia económica: la Venezuela potencia.
En tal marco de hacer las cosas por cuenta propia, en casa, se aprenderá a elaborar alimentos para la codorniz ponedora en las zonas urbanas, y así también, desde un ángulo modesto, aportar a la producción de proteínas en el sector alimentario.
Se trata de hacer, no de importar; de inventar, y no de errar. Comprar los insumos para las aves a las transnacionales, como la Protinal, tiene un costo elevadísimo que regularmente genera una actitud lamentable de esclavitud compradora.
Se requiere, en fin, de una rebelión y ruptura cultural para, con medios propios y al alcance, como el conocimiento y algunas especies de "montes", fabricar una opción alimentaria alternativa que suplante de una vez a la famosa "pollarina" y "ponerina".
-- Oscar J. Camero, @animalpolis
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