Algunos correligionarios han manifestado desacuerdo con la implementación de los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP). Lo hicieron mucho antes de que un diputado opositor manifestara en Caricuao en días pasados que el dispositivo era un invento gubernamental para administrar la miseria del pueblo venezolano, sumido en un real problema de abastecimiento y escasez no solamente alimentario, sino generalizado. Es la realidad.
Los más extremados ─correligionarios, no opositores─ hablaron de replicación de la realidad cubana en cuanto al racionamiento, cuasi argumentando que no podía haber en semejante esquema ninguna gloria, dejando claro en el discurso la disecación clásica de que la única hoja de olivo cubana es el acto de guerra y rebelión en contra de la hegemonía imperial estadounidense. Olvidándose, quizás por la pasión política y el furor que causa la inacción contundente del gobierno en la materia, olvidándose de que un país cuando va a la guerra, en especial cuando se rebela, le toca administrar lo que queda o salva en los combates. Tal ocurrió con Cuba, que salvó su país, lo deconstruyó y lo levantó de nuevo a fuer de grande penalidad, penalidad intensificada por el bloqueo político y económico de la potencia derrotada.
Otros más moderados rechazan a los CLAP por considerarlos imbricados, retardatarios, casi burocráticos al esperar que el pueblo, hecho institución, los habilite en sus comunidades; y fundan su impaciencia en la decepción a la que los ha conllevado la falta de respuesta del gobierno inclusive antes de la asonada parlamentaria del 6 de diciembre de 2015, cuando de manera cansina se le indicó al gobierno por dónde venía cojeando la política, la imagen y oferta gubernamentales de cara a los comicios. Entonces se habló de bachaqueros, cadenas de distribución, mafias, militares, frontera, y la perplejidad se apoderó de quienes gritaban, en vez de escribir, esperando respuestas.
Son puntos de vista sobre un hecho lamentable que lacera hoy al venezolano. Opiniones legítimas de la razón humana sobre un problema puntual, económico, filosófico, ideológico y político. No hay el suministro, la dote, el pote, lo que la gente, siempre coloquial, llama "bolsa", apenas refiriendo el aspecto alimentario. Hay más problemas, escasez en cada parcela; no se puede llamar a invidencias. Quien no reconozca el hecho es posible que no viva en Venezuela o haya perdido para siempre la mollera en el tobogán del fanatismo y la locura; no compre, no chille en la cola o es posible que se trate de un lama consumado que proponga la preponderancia del la mente sobre los retortijones en el estómago. Es la realidad dura, como de concreto.
Pero hay otro punto a considerar, pregunta a responder. ¿Está el país bajo el efecto de una guerra, no tanto convencional como taimada y de X generación, de esas que no echan mano de los ejércitos sino de otros tipos de fuerzas? Responda la pregunta y súmase en la reflexión. El país entonces estaría luchando por su integridad, salvando lo que queda o preserva en los combates, administrando los despojos, sobreviviendo, siendo como Cuba en la época gloriosa de la lucha, cuando después se sobrepuso mediante un esfuerzo ingente contra las carencias. Y ello deviene en el esfuerzo de administrar, de intervenir, de proponer una solución de distribución, como se propone ahora con los CLAP. Sobrevivir es más que potestativo en uno de los bando en combate; es obligación. Es, entonces, obligación del Estado accionar e implementar lo que pretende implementar, por más que parezca tardío, molesto, figurativo o comparativo con otras realidades nacionales peyorativas. El asunto es el asunto como está, y procede la acción.
Quien se imagine que este mundo de ideas no se enmarca dentro de los hechos de la convención, y vea guerras nada más en la imagen de un soldado disparándole a otro, o injusticia nada más en la violación de una ley, es una criatura que mea fuera del excusado, perdido para la razón provechosa.